La característica esencial de los seres humanos consiste en que tenemos la capacidad de conocer y de querer. Por su inteligencia el hombre es capaz de apropiarse en cierto modo de la realidad y de llevar a cabo procesos racionales por medio de los cuales la profundiza y la conoce mejor. Por su voluntad es capaz de moverse hacia la verdad que la inteligencia le presenta y a la que se inclina percibiéndola como bien, es decir como algo que lo perfecciona. La libertad se finca en ambas facultades, ya que un acto libre es aquel que se lleva a cabo con conocimiento y voluntad.
Decir que poseemos libre arbitrio significa que podemos saber lo que hacemos y, además, que podemos decidirnos ha hacerlo. Llevar a cabo, o no, una acción porque sabemos y queremos no es otra cosa que decir que somos responsables de nuestros actos, siempre que tengan estas notas: saber y querer. Por eso la libertad es lo que permite el crecimiento y la madurez humana, pero al mismo tiempo es lo que puede explicar el mal moral, a nivel individual y social, porque los hombres pueden elegir entre el bien y el mal.
La negación de la libertad del ser humano implicaría negar la responsabilidad y la posibilidad de pedirle cuentas a nadie. Si no hubiera libertad no habría ni derechos ni obligaciones. Un padre no tendría ninguna razón para pedirles a sus hijos un buen comportamiento, ni se podría decir que un ladrón o, peor, un asesino merece un castigo. Mucho menos sería posible exigir algo de los gobernantes y el derecho no tendría ningún sentido.
El hombre debe actuar consciente y libremente en un nivel racional. Los actos humanos son originados desde sus facultades específicas: la inteligencia y la voluntad. Estos actos humanos son el objeto material de la ética y son los que pueden ser juzgados como buenos o malos desde el punto de vista de la moral.
La ética sirve para generar en nuestra mente un conjunto de normas, principios y razones que establecemos como directrices de nuestra propia conducta. Surge en la interioridad de cada uno como resultado de un reflexión y elección propia. Se basa en los valores internamente percibidos y apreciados, es lo que llamamos actuar por propio convencimiento.
A lo largo del tiempo se trato de que la voluntad sea complemento de la libertad:
Para Sócrates, la persona solamente requiere de su inteligencia para conocer lo bueno y actuar bien. Aristóteles, complementa las ideas anteriores y reconoce que el hombre tiene inteligencia, pero, también voluntad; por tanto, es libre de accionar, de tomar decisiones por sí mismo. Descartes nos enseña que el hombre sí tiene poder de decisión, pero, su filosofía, tan interesante y centrada en su duda metódica y su frase célebre “Pienso luego existo”, abrió las puertas, para que filósofos posteriores, olvidaran la filosofía realista. Inclusive, filósofos como Spinoza y Leibnitz negaron la libertad y quitaron responsabilidad al hombre, y se atrevieron a decir que la libertad es mera ilusión. Otros como Sartre, exageraron la libertad para asegurar que ésta, es la esencia de uno mismo, para hacer lo que queramos, sin límites de ningún tipo.
Voluntad y libertad deben ser complementos para una mejor armonía y convivencia del hombre con si mismo y con los demás. Así se podrían evitar tantos males que hoy en día afectan a la sociedad.
Comentarios
Publicar un comentario